martes, 9 de diciembre de 2008

¿Qué es la Navidad y dónde se la encuentra?

(Escrito siguiendo la estructura y tono satírico que emplea Mariano José de Larra en su artículo "¿Quién es el público y dónde se le encuentra?" y utilizado para la clase de Crítica Teatral.)


Aprovechando la llegada de esta celebración anual, que a algunos encanta, a otros deja indiferente y no a pocos horroriza, el que les escribe se ha propuesto la ardua tarea de desentrañar el misterio que encierra tras sus siete letras un concepto tan abstracto como el de “Navidad”. Así pues, con la visión periférica activada y el resto de los sentidos alerta, yo, el señor Edward Bloom, escritor empírico, autor lógico y observador incesante, salgo a las calles madrileñas en busca de una respuesta que satisfaga tanto mis inquietudes como los ávidos deseos de mis lectores.

Y lo primero que me encuentro es luz. Sí, luz. Mucha luz. Cantidades ingentes de watios invertidos en dar color y alegría a nuestras avenidas y nuestros paseos. No es extraño observar innovadores diseños de luces parpadeantes, o carteles con mensajes que van mutando de imagen. ¡Así da gusto ver la ciudad! ¡Qué más da que en las aceras la gente pida si las calzadas están preciosas a reventar! Pero no sólo la luz está presente, también encontramos otros tantos elementos de tono jovial, destacando como apunte significativo el Papá Noel que escala ventanas, muy de moda en los últimos tiempos y los imperecederos y siempre efectivos petardos, los cuales han ido incrementando su potencial hasta llegar a un límite cercano al de la goma-2. Y tras frotarme los ojos ante tanto derroche decorativo puedo sacar la siguiente conclusión: La Navidad implica gasto energético, contaminación acústica y lumínica, ornamentación desmedida y unas grandes dosis de espíritu hortera.

Pero no contento con esta apreciación superficial decidí adentrarme en uno de los lugares más significativos de la Navidad, por no llamarlo directamente su templo: El Comercio. Y lo escribo con mayúsculas usando una palabra genérica porque en estas fechas poco importa el que elijamos para realizar nuestras compras. Todos comparten características comunes tales como la aglomeración de gente, el gasto económico al que incitan, el elevado número de decibelios y la sensación de velocidad que fluye en su interior. Y es que en Navidades todo es más caro, los productos son más difíciles de conseguir y la gente discute, corre y se enfada. Por no hablar de la actual tendencia a colocar puestos callejeros. Parece mentira que estemos en la época más fría del año. Como no tenemos suficiente con El Comercio, plantamos los comercitos (con minúsculas en esta ocasión) al aire libre, para que así de paso nos quedemos pajarito con la espera. De todo esto puede extraerse que la Navidad implica incomodidad, sumisión ante el mercado, consumismo, estrés y alteración de las personalidades de los ciudadanos.

Entender la Navidad sin asociarla a la palabra comida es imposible. Es obligatorio a lo largo de estas fechas mover la mandíbula constantemente. Pero añadiendo la condición de que los alimentos han de estar dotados de una indudable y contrastada calidad. Una buena mesa no puede estar desprovista de marisco, embutidos ibéricos, salmón, carnes (a ser posible pavo o cordero), cava, turrones, mazapanes y alcoholes varios. Y si no te gustan las uvas, da igual, al menos te comes doce. Pélalas o quítales los pipos, pero a ritmo de campanada han de ir una a una para dentro. Y si te desagrada el cava, da igual, al menos te mojas los labios mirando a los ojos a los demás cuando brindes no sea que te toquen siete años de mal sexo. Comprarse algo rojo para lucir ese día e introducir un anillo en la copa nunca están de más, por si las moscas... Tales son las tendencias relativas al mantel, de las cuales se puede extraer que la Navidad está asociada al exceso nutricional, al incremento de peso, a actos que atentan contra la salud e incluso a la incitación de tendencias a medio camino entre lo ritual y lo absurdo.

Es importante hacer mención a nuestros acompañantes durante estas fechas. Y es que la Navidad es una ocasión única para rodearte de aquellos a los que quieres. Por eso acabamos compartiendo el fin de año con aquel tío que nunca ves, con la prima a la que jamás llamas pues sus gustos son completamente opuestos a los tuyos y, si hay suerte, con un invitado ajeno a la familia traído por alguno de los anteriormente citados, que viene a aportar el toque de color y de novedad a tan insulsa velada. Importante: El villancico ha de sonar de fondo. Poco importa si eres un heavy de la vieja escuela, un bacaluti de los bajos de Argüelles o un amante de la bachata dominicana. El monótono “Campana sobre campana” nos lo sabemos todos y aunque nos espante el “Ande Ande” somos capaces de entonarlo a grito pelado. Es por eso por lo que me inclino a pensar que la Navidad implica hipocresía, sumisión, falta de personalidad y abandono de los principios.

Si encendemos nuestros televisores la mañana del 22 de Diciembre veremos a unos infantes a los que obligan a cantar números de manera monótona mientras un amplio conjunto de personas presta la máxima atención y sigue el recital sin parpadear como si se tratase de una ópera de Verdi. El 6 de Enero se repite el ritual escénico, esta vez desprovisto de canto pero con una expectación similar. Planteamiento, nudo y desenlace dignos de la más elaborada comedia de Shakespeare. No deben faltar jamás las imágenes televisivas posteriores de los agraciados, con la botella de champán de rigor, botando en la calle y entonando cánticos, así como el cartel en la puerta del establecimiento de la localidad afortunada en el que reza: “Gordo de Navidad. Vendido aquí”. Lo que me lleva a elaborar la siguiente pregunta: ¿Qué espera el propietario del establecimiento? ¿Que la gente le felicite? “Oh, señor, mi más sincera enhorabuena, tomó usted una sabia decisión poniendo a la venta el 35.786. Qué gusto más exquisito. Qué visión más acertada y profética.” De estos apuntes no puedo sino concluir que la Navidad incita a la explotación y humillación infantil, a la ludopatía y a la exaltación de virtudes inexistentes en los trabajadores.

Y tras toda esta serie de observaciones me queda una sensación de no saber a ciencia cierta qué es la Navidad. Podría remontarme a sus orígenes y decir que es la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, pero eso no encaja con la cantidad de ateos o agnósticos que la celebran con reuniones, regalos y demás parafernalia. Ha de ser algo más. Podría catalogarla como un periodo temporal extensible desde el 22 de Diciembre (por aquello del pistoletazo de salida con el gordo de la lotería) hasta el 8 de Enero (dejando dos días de rigor para usar los presentes traídos por los Reyes Magos) pero la verdad es que desde el mes de Noviembre estamos siendo bombardeados con anuncios de juguetes, imágenes de árboles adornados, de calles repletas de nieve y como no, del señor de rojo, manteniéndose todas ellas hasta casi el mes de Febrero (digo yo que debe ser para enlazar directamente con San Valentín) con lo cual se me desmonta la hipótesis de la temporalidad. Debe tratarse de algo más genérico. Quizá podría aceptar la opción de que la Navidad es un periodo para hacer el bien, para ser generoso y llevar a cabo actos humanos, pero tras pararme a reflexionar ese pensamiento descubro que no me cuadra, pues los conflictos bélicos continúan en cada país, los robos se producen con mayor asiduidad y el “yo” sigue primando sobre el “tú”.

Es por eso por lo que la conclusión a la que yo, el señor Edward Bloom, he llegado es que la Navidad es un concepto completamente moldeable del que se puede coger lo que más le gusta a cada uno a cambio de soportar todas las otras cosas que les gustan a los demás. Algo que debería funcionar de acuerdo a un esquema sustentado en la tolerancia, y teniendo en cuenta que ese valor está completamente ausente en la sociedad de nuestros días (incluso en este artículo) no sería de extrañar que la Navidad vaya unida a la confrontación. Y, sin embargo, por un extraño motivo y aunque parezca completamente imposible tras leer estas líneas, estoy deseando que lleguen estas fiestas...

1 comentario:

Kermit dijo...

Totalmente de acuerdo, salvo por el párrafo final.